Semáforo.
El cosquilleo era el mismo de siempre, aun me había parado en una esquina, esperando la luz que nos daba el paso a todos los peatones, distraía mi mente con mis cuentas de gastos y pensando donde podría comer algo razonablemente sazonado, que seguro costaría 3 veces su valor en el mercado, el mundo se ve tan lejos en estas tardes, que me puedo deleitar con vanos, ridículos pensamientos; lo que me lleva a preguntarme en cuantos minutos cambia un semáforo siendo una intersección de cuatro bocacalles. De pronto un aroma a cítricos llega a mi nariz, volteo y ahí estaba ella, a un lado mío, con su saco en el brazo y hablando por teléfono, me miro de reojo, pero yo, le dedique mas de una mirada.
Si, ahí estaba ella, hablando por el celular y quitándose el cabello de la cara, muy delgada de pechos breves, algo bronceada y la nariz ligeramente respingada; me entretuve en observarle mientras yo acariciaba mi argolla de matrimonio con del dedo pulgar, por un momento mis ojos hicieron contacto con los suyos que se quedaron atrapados detrás de sus pestañas. Me sentí nervioso, vino a mi como el perfume viejo los días de la preparatoria y volví a ver en mi cabeza a Elisa; no se si me gustaban sus ojos o sus tetas, tal vez una agradable combinación de ambos de suficiente cantidad, tenia una mirada de vaca moribunda que combinada con sus blusas escotadas me hacia soñar despierto entre primera y tercera clase; creo que actualmente esta casada y tiene tres hijos o algo así.
La luz del semáforo dura muy poco y como lo que fácil viene fácil se va así se fue el alto y tuvimos que avanzar, deje que adelantara para verle por detrás; deje escapar una sonrisa maliciosa por haberme consentido ese placer culpable de echarle un ojo a su retaguardia. Bien pudiera ser que las miradas son mas ligeras que el viento en un verano caluroso sin embargo la mía quedo lejos de serlo, ella sintió como volaron mis ojos a posar sobre su espalda baja y algo mas, volteo y percibí su reproche, no me gusta que me reprochen entre semana, puedo tolerarlo mejor los fines de semana, de preferencia los sábados y si es después de comer mejor y evitemos los domingos por que ese día descanso y prefiero no estresarme con reproches de ningún tipo.
Su mirada de reproche me alcanzo al tiempo que nuestros camino se separaban, ella seguía por la misma calle y yo tendría que doblar a la izquierda en ese mismo semáforo y dirigir mis miradas
A otro lado pudiendo posarse en alguien mas, camine por la calle buscando don de comer algo vagabundeando recordé que a dos cuadras de donde me encontraba había un restaurante de comida China cuyos propietarios no hablaban un ápice de español, sin embargo la comida era de lo mas deliciosa, volví a cruzar la calle y regrese sobre algunos de mis pasos; a unos cuantos metros de la puerta del restaurante pude distinguir la silueta que dejara unas cuantas calles atrás, por solo dos segundos pude sentir algo parecido a la vergüenza, por que ahora además venia frente a mi, y no se ve nada mal, pareciera que quisiera salirse su pecho a decir “hola” , contoneo, temblor, contoneo, temblor; he de confesar que sude un poco y una gota fría cayo por mi espalda.
Llegamos al mismo tiempo a la puerta del restaurante, los dos nos paramos al mismo tiempo frente a ella, asomo sus ojos tras de sus pestañas, sonrió, se que no puede evitarlo, y mas si le regreso la sonrisa; Me dijo “hola”, yo le abrí la puerta, y al pasar le robe un beso, ella me dijo: “sigues tan payaso y tan ridículo como el día que nos casamos”; yo me sonreí, pensando en un pollo almendrado.
El cosquilleo era el mismo de siempre, aun me había parado en una esquina, esperando la luz que nos daba el paso a todos los peatones, distraía mi mente con mis cuentas de gastos y pensando donde podría comer algo razonablemente sazonado, que seguro costaría 3 veces su valor en el mercado, el mundo se ve tan lejos en estas tardes, que me puedo deleitar con vanos, ridículos pensamientos; lo que me lleva a preguntarme en cuantos minutos cambia un semáforo siendo una intersección de cuatro bocacalles. De pronto un aroma a cítricos llega a mi nariz, volteo y ahí estaba ella, a un lado mío, con su saco en el brazo y hablando por teléfono, me miro de reojo, pero yo, le dedique mas de una mirada.
Si, ahí estaba ella, hablando por el celular y quitándose el cabello de la cara, muy delgada de pechos breves, algo bronceada y la nariz ligeramente respingada; me entretuve en observarle mientras yo acariciaba mi argolla de matrimonio con del dedo pulgar, por un momento mis ojos hicieron contacto con los suyos que se quedaron atrapados detrás de sus pestañas. Me sentí nervioso, vino a mi como el perfume viejo los días de la preparatoria y volví a ver en mi cabeza a Elisa; no se si me gustaban sus ojos o sus tetas, tal vez una agradable combinación de ambos de suficiente cantidad, tenia una mirada de vaca moribunda que combinada con sus blusas escotadas me hacia soñar despierto entre primera y tercera clase; creo que actualmente esta casada y tiene tres hijos o algo así.
La luz del semáforo dura muy poco y como lo que fácil viene fácil se va así se fue el alto y tuvimos que avanzar, deje que adelantara para verle por detrás; deje escapar una sonrisa maliciosa por haberme consentido ese placer culpable de echarle un ojo a su retaguardia. Bien pudiera ser que las miradas son mas ligeras que el viento en un verano caluroso sin embargo la mía quedo lejos de serlo, ella sintió como volaron mis ojos a posar sobre su espalda baja y algo mas, volteo y percibí su reproche, no me gusta que me reprochen entre semana, puedo tolerarlo mejor los fines de semana, de preferencia los sábados y si es después de comer mejor y evitemos los domingos por que ese día descanso y prefiero no estresarme con reproches de ningún tipo.
Su mirada de reproche me alcanzo al tiempo que nuestros camino se separaban, ella seguía por la misma calle y yo tendría que doblar a la izquierda en ese mismo semáforo y dirigir mis miradas
A otro lado pudiendo posarse en alguien mas, camine por la calle buscando don de comer algo vagabundeando recordé que a dos cuadras de donde me encontraba había un restaurante de comida China cuyos propietarios no hablaban un ápice de español, sin embargo la comida era de lo mas deliciosa, volví a cruzar la calle y regrese sobre algunos de mis pasos; a unos cuantos metros de la puerta del restaurante pude distinguir la silueta que dejara unas cuantas calles atrás, por solo dos segundos pude sentir algo parecido a la vergüenza, por que ahora además venia frente a mi, y no se ve nada mal, pareciera que quisiera salirse su pecho a decir “hola” , contoneo, temblor, contoneo, temblor; he de confesar que sude un poco y una gota fría cayo por mi espalda.
Llegamos al mismo tiempo a la puerta del restaurante, los dos nos paramos al mismo tiempo frente a ella, asomo sus ojos tras de sus pestañas, sonrió, se que no puede evitarlo, y mas si le regreso la sonrisa; Me dijo “hola”, yo le abrí la puerta, y al pasar le robe un beso, ella me dijo: “sigues tan payaso y tan ridículo como el día que nos casamos”; yo me sonreí, pensando en un pollo almendrado.
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