jueves, 18 de marzo de 2010

El Regreso del Piano Cat


Atravesó la calle, miro sobre su hombro esperando que nadie le siguiera; este es el crimen perfecto, pensó, al tiempo que contemplaba a su victima, que sin preocuparse camina delante de el, observole los zapatos; siempre había sentido debilidad por los zapatos bonitos, según el eso hablaba mucho de la persona, uno podría conocer a una persona por sus zapatos, por ejemplo conocer sus hábitos de consumo o que poder adquisitivo tenia, por ejemplo unas suelas gastadas indican que no tiene coche o bien que hace tiempo que no cambia de zapatos, si estaban mordidos indicarían la presencia de una mascota dentro de la casas, por lo tanto habría que tener cuidado al entrar a ella; en este trabajo no hay que correr riesgos innecesarios, ya hay bastante por que preocuparse.
Tenia siguiéndola dos calles, el calor de la ciudad en plena primavera con el sol picoso sobre sus negros lomos, el sopor de la tarde y el incipiente sueño lo atosigaban, “tengo todo el día sin dormir” pensaba en voz alta al tiempo que un transeúnte le de dedicaba una mirada acompañada de una alzada de ceja. Ya hacia tiempo que había a prendido a seguir a las personas sin ser visto, a una distancia prudente, sin llamar la atención, las pisadas suaves eran el secreto; había hecho del acecho un deporte, un arte, con el paso del tiempo había desarrollado el sigilo y la paciencia, el lo sabia perfectamente bien, había muchos que habían encontrado la muerte en sus garras.
El olor que su victima despedía era delicioso, a frutas rojas, una mujer de estatura mediana, de tez blanca y cabellos castaños, esta vez se dejaría tocar por ella, la siguió hasta un apartamento a la orilla del canal, la entrada del edificio daba hacia un callejón obscuro, el lugar perfecto para atacarle, esta vez no escaparía. Hacia días que estaba famélico hurgando en los basureros del centro de la ciudad, ya tenia tiempo viviendo de este modo inhumano, estaba reducido a un reducto de lo que solía ser, adelgazado y sucio; sin embargo, bajo toda esa mugre que escondía su rostro sus ojos no habían perdido brillo, seguía poseyendo esa atracción del fiero asesino cazador; Se agazapo en la parte mas obscura del cubo de la escalera y se sentó a esperar a que su victima saliera de su departamento, una vez que ella saliera, la haría suya por la fuerza, pasaría con sus garras en medio de sus piernas y restregaría su piel sucia contra ella dejándole su aroma impregnado indefinidamente al calor de la noche de verano en Monterrey, que siempre huele a huizache, flor de azar y agua .
se oyó ruido en la puerta del departamento, habían pasado ya varas horas, la noche había cerrado, casi no había luces en el edificio, los murmullos de la vida nocturna se dejaban escuchar desde el Barrio Antiguo junto con los paseantes de Santa Lucia que van y vienen por la orilla del rio; la chica inocente abre la puerta y antes de pasar el umbral regresa rápidamente y deja el suéter que llevaba en la mano se da una ultima mirada en el espejo que tiene en la sala y vuelve a la puerta, pero es demasiado tarde, una zarpa peluda se interpone entre ella y la salida; ella al sentir que la tocaba da un grito aterrador que llena todo el cubo de la escalera, retrocede y prende la luz que había apagado previamente después de haber visto su reflejo en el espejo, al prender la luz retrocede y entonces puede ver los ojos de su atacante que la mira con lujuria desde el suelo.
“¿miaaaaauuuuuu?”, le dice su atacante con voz segura, mientras la intimida con su mirada felina; “¡pinche gato!”, responde ella, al tiempo que se reponía del susto propinado por el atacante peludo, “¿miaaaaaaaauuuuuu?”, le vuelve a preguntar, “ ¿de donde saliste?, pobrecillo, te ves cansado, ¿tienes hambre?”; ella le decía al tiempo que se agachaba para acariciarle la barbilla y las orejas. “seguro que si, ven vamos a dentro a ver que te encuentro, ¿te quieres quedar conmigo eh?; te vas a llamar Andrés”. El gato, entro por la puerta grande cargado en brazos de la chica, posando su cabeza sobre su pecho firme y ronroneando; a la noche siguiente todos los gatos del barrio sabrían que El Piano Cat había vuelto a casa.

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